viernes, 28 de octubre de 2011

EL EGO Y EL PERDON

El ego existe en la desdicha; cuanto mayor es la desdicha, más se alimenta el ego. En los momentos de dicha el ego desaparece por completo, o lo que es lo mismo: si el ego desaparece, te inunda la dicha. Si quieres el ego, no puedes perdonar, no puedes olvidar, sobre todo las heridas, los insultos, las humillaciones, las pesadillas. No sólo no puedes olvidar; lo exagerarás, lo llevarás al límite. Olvidarás todo lo hermoso que te ha ocurrido en la vida, no recordarás los momentos de alegría; al ego no le sirven de nada. La alegría es como un veneno para el ego, y la desdicha, como una dosis de vitaminas.
Tienes que comprender el mecanismo del ego. Si intentas perdonar, no es un verdadero perdón. Con un poco de esfuerzo, conseguirás reprimir; nada más. Sólo puedes perdonar cuando comprendes la estupidez del juego que se desarrolla en tu mente. Hay que comprender ese absurdo hasta el final, porque si no reprimirás algo por un lado y empezará a salir por otro. Lo reprimirás de una manera, y asomará de otra manera, a veces con tal sutileza que te resultará casi imposible reconocerlo, reconocer que es la misma vieja estructura, tan renovada, tan reformada, que parece casi nueva.
El ego vive en lo negativo, porque es fundamentalmente un fenómeno negativo: existe gracias a decir no. El no es el alma del ego. Y ¿cómo puedes decir no a la dicha? Puedes negarte a la desdicha, puedes negarte a los sufrimientos de la vida. Pero ¿cómo decir no a las flores, a las estrellas, a las puestas de sol y a todo lo que es bello, divino? Pues la vida desborda de esas cosas, está llena de rosas, pero tú te empeñas en coger las espinas; has invertido mucho en esas espinas. Por un lado dices: «No, no quiero tanta infelicidad», y por otro lado te aferras a ella. Y llevan siglos predicando que perdonemos.
Pero el ego puede vivir gracias al perdón, puede empezar a alimentarse de nuevo gracias a esa idea: «He perdonado. He perdonado incluso a mis enemigos. No soy una persona normal y corriente». Y no lo olvides: uno de los fundamentos de la vida consiste en que la persona normal y corriente es la que piensa que no lo es; la media de la población piensa que no lo es. En cuanto reconozcas que eres normal y corriente, te saldrás de lo normal y corriente. En cuanto aceptes tu ignorancia, habrá entrado el primer rayo de luz en tu ser, habrá brotado la primera flor. Falta poco para la primavera.
Dice Jesucristo: «Perdona a tus enemigos, ama a tus enemigos». Y tiene razón, porque si eres capaz de perdonar a tus enemigos te librarás de ellos; si no, seguirán persiguiéndote. La enemistad es una especie de relación, más profunda que lo que llamáis amor. 
De modo que por un lado quieres olvidar y perdonar, porque la única forma de olvidar es perdonar -si no perdonas no puedes olvidar-, pero por otro existe una relación más profunda. A menos que comprendas esa relación, ni Jesucristo ni Buda te servirán de ayuda. Recordarás sus hermosas palabras, pero no pasarán a formar parte de tu modo de vida, no circularán por tu sangre, por tus huesos, por tu médula. No formarán parte de tu clima espiritual; te resultarán ajenas, algo impuesto desde fuera; al menos te atraen intelectualmente por su belleza, pero en lo existencial seguirás viviendo como siempre.
Por eso no te aconsejo que perdones. No digo que ames y no odies. No digo que abandones todos tus pecados y te hagas virtuoso. La humanidad ha intentado todas esas cosas y no lo ha conseguido. Mi tarea es completamente distinta. Lo que yo digo es: lleva la luz a tu ser. No te preocupes por esos fragmentos de oscuridad.
Has preguntado:
«¿Por qué es tan difícil perdonar, dejar de aferrarse a esas heridas infligidas hace tanto tiempo?».
Por la sencilla razón de que es todo lo que tienes, y sigues jugueteando con tus viejas heridas para que se mantengan recientes en el recuerdo. Jamás dejarás que cicatricen.

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