domingo, 24 de febrero de 2013

Viaje al interior

Se cuenta que, el día en que Alejandro Magno se vio conquistador del mundo, cerró las puertas de su habitación y se echó a llorar. No sé si ocurriría de verdad, pero a poco inteligente que fuera, seguramente ocurrió. Los generales de su ejército estaban muy preocupados: ¿qué pasaba? Jamás habían visto a Alejandro llorar. No era esa clase de hombre; era un gran guerrero. Le habían visto en medio de enormes dificultades, en situaciones en las que su vida corría peligro, en las que la muerte era inminente, y no había derramado ni una lágrima. Nunca le habían visto desesperado, impotente. ¿Qué le ocurría, si había triunfado, si había conquistado el mundo?
Llamaron a su puerta, entraron y le preguntaron:
—¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras como un niño?
Alejandro contestó:
Ahora que lo he conseguido, comprendo que es un fracaso. Comprendo que me encuentro exactamente en el mismo sitio donde estaba cuando empecé esta estupidez de conquistar el mundo. Y lo veo con toda claridad ahora, porque no hay otro mundo que conquistar; si no, podría haber continuado el viaje, empezar a conquistar otro mundo. Ya no hay nada que hacer y me encuentro de repente conmigo mismo.
Al final, toda persona de éxito se encuentra consigo misma, y sufre mil torturas por haber desperdiciado su vida. Busca sin parar, arriesga cuanto tiene. Y al alcanzar el éxito, se encuentra con el corazón vacío, el alma sin sentido, sin fragancia, sin dicha.
De modo que el primer paso consiste en saber exactamente que se está buscando. Insisto una vez más, porque cuanto más centres la mirada en el objeto de tu búsqueda, más se desvanecerá ese objeto. Cuando tus ojos estén completamente enfocados, ya no habrá nada que buscar; se volverán hacia ti mismo. Cuando no existe objeto de búsqueda, cuando todos los objetos han desaparecido, se abre el vacío, y en ese vacío comienza la transformación: de repente, empiezas a mirarte a ti mismo. Ya no hay nada que buscar, y surge un nuevo deseo de saber quién es el buscador.
Si hay algo que buscar, eres mundano. Si no hay nada que buscar y te importa la siguiente pregunta: «¿Quién busca?», eres religioso. Así defino yo al mundano y al religioso. Si sigues buscando algo —quizá en la otra vida, la otra orilla, el cielo, el paraíso: da lo mismo— aún eres mundano. Si toda búsqueda ha cesado y de pronto te das cuenta de que solo queda una cosa por saber: «¿Quién es el buscador que hay en mí? ¿Qué es esta energía que quiere buscar? ¿Quién soy?», entonces se produce la transformación. Cambiarán todos los valores. Empezarás a moverte hacia adentro. Rabia ya no estará en la carretera buscando la aguja perdida en la oscuridad de su alma interior.
Cuando empiezas a moverte hacia adentro... Al principio está muy oscuro. Rabia tiene razón: está pero que muy oscuro. Porque durante vidas enteras jamás has estado en el interior, sino con la mirada centrada en el mundo exterior. ¿Lo has visto? ¿Lo has observado? A veces, cuando entras desde la calle, donde hace un sol fuerte y radiante y hay luz brillante, cuando entras en una habitación o en tu casa, está muy oscuro, porque los ojos están acostumbrados a la luz del exterior, a mucha luz. Cuando hay mucha luz los ojos empequeñecen. En la oscuridad, los ojos tienen que relajarse, porque necesitan mayor apertura. A la luz, con una ligera apertura es suficiente. Así funciona una cámara fotográfica, como el ojo: la cámara fotográfica se inventó siguiendo el ojo humano.
Y cuando entras de repente en tu casa desde la calle, te parece oscura, pero si te quedas quieto un ratito, la oscuridad va desvaneciéndose. Empieza a haber más luz, los ojos se adaptan. Durante vidas enteras has estado al sol, en el mundo, y cuando vas al interior se te ha olvidado por completo cómo entrar y cómo readaptar tus ojos. La meditación no es sino una readaptación de la visión, una readaptación de la facultad de la vista, de los ojos.
En India se lo conoce como el tercer ojo. No es un ojo situado en ninguna parte, sino un reajuste total de la visión. Poco a poco, la oscuridad deja de ser oscura. Se empieza a difundir una luz sutil. Y si se sigue mirando hacia el interior —lleva tiempo—, se empieza a percibir, gradualmente, una maravillosa luz. No es una luz fuerte; no es como la del sol, sino más bien como la de la luna. No deslumbra; es tenue. No es ardiente, sino compasiva, como un bálsamo.
Cuando te hayas adaptado a la luz interior, verás que tú eres el foco. El buscador es lo buscado. Entonces verás que el tesoro está dentro de ti, y comprenderás que el problema consistía en que estabas buscando fuera. Lo estabas buscando en el exterior y siempre había estado en tu interior. Sencillamente, no lo habías buscado donde debías.
Puedes acceder a todo, como cualquier otra persona, como puede acceder un Buda, un Baal-Chem, un Moisés, un Mahoma. Puedes acceder a todo, si no buscas donde no debes. Con respecto al tesoro, no eres más pobre que Buda ni Mahoma: Dios nunca ha creado a una persona pobre. No puede ocurrir semejante cosa, porque Dios crea con su riqueza. ¿Cómo puede Dios crear a alguien pobre? Tú eres parte de su abundancia; formas parte de la existencia; ¿cómo puedes ser pobre? Eres rico, inmensamente rico, tanto como la propia naturaleza.
Pero vas buscando por donde no debes. Te equivocas de dirección. Y no es que no vayas a tener éxito en la vida: puedes tenerlo. Pero seguirás fracasando. Nada te satisfará porque en el mundo exterior no se puede obtener nada comparable con el tesoro interior, con la luz interior, con la felicidad interior.

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