lunes, 20 de agosto de 2012

Ejercitar la atención

 El amor es, pues, una forma de trabajo o una forma de valentía dirigida a impulsar nuestro propio desarrollo espiritual o el de otra persona.
No hay excepciones. El objetivo principal de trabajo del amor es la atención. Cuando amamos a alguien le dedicamos nuestra atención; atendemos a su desarrollo. Cuando nos amamos a nosotros mismos, atendemos a nuestro propio desarrollo. Cuando prestamos atención a alguien, significa que nos importa. El acto de prestar atención nos exige el esfuerzo de apartar nuestras preocupaciones presentes (según hemos dicho al tratar sobre la disciplina) y de activar nuestra conciencia. La atención es un acto de voluntad, de trabajo contra la inercia de nuestra mente. Como dice Rollo May: “Cuando analizamos la voluntad con todos los instrumentos modernos que nos ofrece el psicoanálisis, comprobamos que el nivel de la atención o intención es la base de la voluntad. El esfuerzo que requiere el ejercicio de la voluntad es, en realidad, un esfuerzo de atención; la tensión volitiva es el esfuerzo de mantener concentrada la atención.”
Sin la menor duda, el modo más común e importante de ejercitar nuestra atención consiste en el acto de escuchar. Pasamos una enorme cantidad de tiempo escuchando, y malgastando la mayor parte de ese tiempo porque en general escuchamos prestando muy poca atención.
La mayoría de la gente no sabe escuchar, ya sea porque no asume lo que acabo de exponer o porque no está dispuesta a llevar a cabo ese trabajo.
Uno no puede escuchar a alguien y hacer al mismo tiempo otra cosa. Si un padre desea realmente escuchar a su hijo, deberá posponer cualquier otra cosa. El tiempo destinado a escuchar debe estar absolutamente dedicado al hijo. Si uno no está dispuesto a aplazar todo lo demás, incluidas sus preocupaciones, no está verdaderamente dispuesto a escuchar al hijo. El esfuerzo que exige una intensa concentración en las palabras del niño de seis años es considerablemente mayor al que requiere escuchar a un gran conferenciante. Los esquemas de discurso del niño son desiguales -esporádicos borbotones de palabras interrumpidas por pausas y repeticiones -, lo cual hace difícil la concentración. Además, el niño hablará de cosas que no tienen el menor interés para el adulto, mientras que quien escucha a un gran conferenciante tiene un interés especial en el tema de la disertación. En otras palabras, resulta molesto escuchar a un niño de seis años, lo que hace doblemente difícil mantener la concentración. En consecuencia, escuchar con total atención a un niño de esta edad es, sin lugar a dudas, un acto de amor. Si el amor no lo motivase, el padre no podría hacerlo.
Escuchar de verdad y concentrarse por entero en la otra persona es siempre una manifestación de amor. Una parte esencial de este proceso es la disciplina de «poner cosas entre paréntesis»; es decir, abandonar momentáneamente nuestros propios prejuicios, puntos de referencia y deseos, para aproximarnos al máximo al mundo del que nos habla, instalándonos en su interior. Esta identificación entre hablante y oyente representa una extensión, un crecimiento de nosotros mismos, ya que en situaciones de esta índole, siempre obtenemos nuevos conocimientos. Además, dado que escuchar verdaderamente implica «poner cosas entre paréntesis», dejando a un lado nuestra propia persona, encierra también una aceptación transitoria del otro. Al advertir esta aceptación, el hablante se sentirá cada vez menos vulnerable y más inclinado a abrir las zonas más recónditas de su espíritu al oyente. Cuando esto ocurre, ambos comienzan a apreciarse de manera creciente, y la danza dúo de amor empieza de nuevo. La energía necesaria para ejercitar la disciplina de “poner entre paréntesis”, concentrando toda la atención en el otro es tan grande, que sólo puede alcanzarla el amor, la voluntad de extender el propio yo para llegar a un mutuo desarrollo. La mayoría de las veces nos falta esta energía.
Dado que el hecho de escuchar representa un acto de amor, en ningún ámbito resulta más apropiado que en el del matrimonio. Sin embargo, la mayoría de las parejas nunca se escuchan de verdad, de modo que cuando acuden a nosotros en busca de asesoramiento o de terapia, una de las principales misiones que debemos cumplir para que el proceso tenga éxito es enseñarles a escucharse.

Scott Peck

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