domingo, 19 de agosto de 2012

Maximas -Francois de Larochefoucauld

Engendran frecuentemente las pasiones a sus contrarias. La avaricia produce a veces la prodigalidad, y la prodigalidad a la avaricia; y somos de ordinario fuertes por debilidad y atrevidos por timidez.

La moderación en la buena fortuna no es otra cosa que el temor de la vergüenza de perder lo que poseemos.

En fin la moderación de los hombres en su mayor elevación, es un deseo de parecer más grandes que su fortuna.

La moderación es como la sobriedad: bien quisieramos comer mas, pero tememos que nos haga daño.

Todos tenemos suficientes fuerzas para sufrir los males de otro.

Mayores virtudes son necesarias para llevar la buena fortuna que la mala.

Hacemos regularmente vanidad de las pasiones, aun de las más criminales; pero la envidia es una pasión cobarde y vergonzosa que jamás osamos confesar.

Los celos son en algun modo justos y razonables, pues se dirigen a conservar un bien que nos pertenece, o creemos pertenecemos; pero la envidia es un furor que no puede sufrir el bien de los otros.


Si no tuvieramos defectos, no nos complaceríamos tanto en notar los de los otros.

Prometemos según nuestras esperanzas, y cumplimos según nuestros temores.

El interés habla todos los idiomas y representa todos los papeles; hasta el del desinteresado.

La felicidad está en el gusto, y no en las cosas. Entonces es uno feliz cuando posee lo que ama, y no cuando tiene lo que es amable para los otros.

El desprecio de las riquezas era en los filósofos un deseo oculto de vengar su mérito de la injusticia de la fortuna, por el desprecio de los mismos bienes de que los privaba; era un secreto para ponerse a cubierto del envilecimiento de la pobreza: era un camino tortuoso para llegar a la estimación que por las riquezas no podían adquirir

No hay accidentes, por fatales que sean, de que no saquen los sabios alguna ventaja; ni accidentes tan prósperos, que no puedan los imprudentes convertir en su daño.

Todo lo endereza la fortuna en beneficio de los que favorece.


La sinceridad es una efusión del corazón. Muy pocos la tienen; y la que ordinariamente vemos no es sino un refinado disimulo para ganar la confianza de los demás.

La aversion a la mentira es regularmente una imperceptible ambición de hacer dignos de consideración nuestros testimonios, y de merecer a nuestras palabras un respeto de religión.

Un hombre sabio debe reglar sus intereses, y ponerlos cada uno en su orden. Nuestra avaricia le turba por lo regular; haciéndonos atender a un tiempo a tantas cosas, que, por desear demasiado las de menos importancia, olvidamos las más considerables.

No hay disfraz que pueda ocultar por largo tiempo el amor donde le hay, o fingirle donde no le hay.
  
La justicia en los Jueces moderados no es mas que el deseo de su elevación.

El amor a la justicia en la mayor parte de los hombres no es otra cosa que el temor de sufrir la injusticia.

La reconciliación con nuestros enemigos es un deseo de mejorar nuestra condición; un cansancio ya de la guerra, y un temor de algún mal suceso.

No vivirían mucho tiempo los hombres en sociedad, si no fuesen los unos víctimas de la astucia de los otros.

No tiene la menor apariencia de tal la mayor ambición, cuando se halla en una absoluta imposibilidad de llegar a lo que aspira.

Es señal de un mérito extraordinario , ver a los que mas le envidian , tener que alabarle.

Para entender bien las cosas es necesario saber su pormenor; y como este es casi infinito, son siempre superficiales e imperfectos nuestros conocimientos.

No podemos consolarnos de ser engañados por nuestros enemigos, y vendidos por nuestros amigos;
pero quedamos regularmente satisfechos cuando lo somos por nosotros mismos

Las traiciones que hacemos provienen mas ordinariamente de debilidad, que de un designio deliberado

Hacemos frecuentemente bien para poder impunemente hacer mal.

Las astucias y roñerías provienen de la falta de inteligencia

La modestia que parece rehusar las alabanzas, no es efectivamente otra cosa que un deseo de conseguir otras mayores.

Hay unos que desagradan á pesar de su mérito, y otros que agradan a pesar de sus defectos.

La gloria de los grandes hombres se debe siempre medir por los medios de que se han valido para adquirirla.

La adulacion es una moneda falsa, que solo tiene curso por nuestra vanidad.

Hay infinitos modos de conducirse que parecen ridículos, y cuyas ocultas razones son muy sabias y muy sólidas.

Mas fácil es parecer digno del puesto que no se tiene, que del que se ocupa.

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