domingo, 3 de julio de 2011

EL LADO OSCURO DE LA VIDA COTIDIANA

Connie Zweig y Jeremiah Abrams
¿Cómo puede haber tanta maldad en el mundo? Conociendo a la humanidad
lo que me asombra es que no haya más.
WOODY ALLEN, Hannah y sus hermanas


En 1886 -más de una década antes de que Freud se zambullera en las
profundidades de la mente humana-Robert Louis Stevenson tuvo un sueño
muy revelador en el que un hombre perseguido por haber cometido un crimen
ingiere una pócima y sufre un cambio drástico de personalidad que le hace
irreconocible.
De esta manera, el Dr. Jekyll, un amable y esforzado científico,
termina transformándose en el violento y despiadado Mr. Hyde, un
personaje cuya maldad iba en aumento a medida que se desarrollaba el sueño.

Stevenson utilizó la materia prima de este sueño como argumento para
escribir su hoy famoso El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Con el correr de los años el tema de esta novela ha terminado formando
parte integral de nuestra cultura popular y no es infrecuente escuchar a
nuestros semejantes tratando de explicar su conducta con justificaciones
del tipo: «no era yo mismo», «era como si un demonio le poseyera» o
«se convirtió en una bruja», por ejemplo. Según el analista junguiano
John A. Sanford, los argumentos que resuenan en gran parte de la
humanidad encierran cualidades arquetípicas que pertenecen a los
sedimentos más universales de nuestro psiquismo.
Cada uno de nosotros lleva consigo un Dr. Jekyll y un Mr.Hyde
una persona afable en la vida cotidiana y otra entidad oculta y
tenebrosa que permanece amordazada la mayor parte del tiempo.
Bajo la máscara de nuestro Yo consciente descansan ocultas todo
tipo de emociones y conductas negativas -la rabia, los celos,
la vergüenza, la mentira, el resentimiento, la lujuria, el orgullo y las
tendencias asesinas y suicidas, por ejemplo -. Este territorio arisco e
inexplorado para la mayoría de nosotros es conocido en psicología
como sombra personal.
 
Introducción a la sombra
La sombra personal se desarrolla en todos nosotros de manera natural
durante la infancia. Cuando nos identificamos con determinados
rasgos ideales de nuestra personalidad -como la buena educación
y la generosidad, por ejemplo, cualidades que, por otra parte, son
reforzadas sistemáticamente por el entorno que nos rodea.
No obstante, al mismo tiempo, vamos desterrando también a la
sombra aquellas otras cualidades que no se adecuan a nuestra
imagen ideal -como la grosería y el egoísmo, por ejemplo -. De
esta manera, el ego y la sombra se van edificando simultáneamente
alimentándose, por así decirlo, de la misma experiencia vital.

La sombra opera como un sistema psíquico autónomo que perfila lo que
es el Yo y lo que no lo es. Cada cult ura -e in cluso cada familia -
demarca de manera diferente lo que corresponde al ego y lo que
corresponde a la sombra. Algunas, por ejemplo, permiten la expresión de
la ira y la agresividad mientras que la mayoría, por el contrario, no lo
hacen así; unas reconocen la sexualidad, la vulnerabilidad y las emociones
intensas y otras no; unas, en fin, consienten la ambición por el dinero, la
expresión artística y o el desarrollo intelectual mientras que otras, en
cambio, apenas si las toleran.

La enajenación de la sombra

«El inconsciente no puede ser consciente, la luna tiene su lado
 oscuro, el sol también se pone y no puede brillar en todas partes
al mismo tiempo y aún el mismo Dios tiene dos manos. La atención
y la concentración exigen que ciertas cosas se mantengan fuera del
campo de nuestra visión y permanezcan en la oscuridad. Es
imposible estar en ambos lugares al mismo tiempo».
Así pues, sólo podemos ver a la sombra indirectamente a través de los
rasgos y las acciones de los demás, sólo podemos darnos cuenta de ella
con seguridad ;cuando, por ejemplo, nuestra admiración o nuestro rechazo
ante una determinada cualidad de un individuo o de un grupo -como la
pereza, la estupidez, la sensualidad o la es piritualidad, pongamos por caso
es desproporcionada, es muy probable que nos hallemos bajo los efectos de
la sombra. De este modo,pretendemos expulsar a la sombra de nuestro interior
y atribuyendo determinadas cualidades  a los demás en un esfuerzo
inconsciente por desterrarlas de nosotros mismos.
Marie Louise von Franz ha insinuado que el mecanismo de la
proyección se asemeja al he cho de disparar una flecha mágica.
Si el receptor tiene un punto débil como para recibir la proyección
la flecha da en el blanco.
Así, por ejemplo, cuando proyectamos nuestro enfado sobre una pareja
insatisfecha, nuestro seductor encanto sobre un atractivo desconocido o
nuestras cualidades espirituales sobre un guru, nuestra flecha da en el blanco
y la proyección tiene lugar estableciéndose,a partir de entonces se produce un
misterioso vínculo entre el emisor y el re ceptor, cosa que ocurre,por ejemplo,
cuando nos enamoramos, cuando descubrimos a un héroe inmaculado o
cuando tropezamos con alguien absolutamente despreciable, por ejemplo.
Nuestra sombra personal contiene todo tipo de capacidades
potenciales sin manifestar, cualidades que no hemos desarrollado
ni expresado.
Nuestra sombra personal constituye una parte del inconsciente que
complementa al ego y que representa aquellas características que
nuestra personalidad consciente no desea reconocer y,
consecuentemente repudia, olvida y destierra a las profundidades
de su psiquismo sólo para reencontrarlas nuevamente más tarde
en los enfrentamientos desagradables con los demás.

El encuentro con la sombra

Pero aunque no podamos contemplarla directamente la sombra aparece
continuamente en nuestra vida cotidiana y podemos descubrirla en el humor
 (en los chistes sucios o en las payasadas, por ejemplo) que expresan
 nuestras emociones más ocultas, más bajas o más temidas.
Según John A. Sanford, la sombra suele ser la que ríe y se divierte, por ello
es muy probable que quienes carezcan de sentido del humor tengan una
sombra muy reprimida.
La psicoanalista inglesa Molly Tuby describe seis modalidades diferentes
para descubrir a la sombra en nuestra vida cotidiana:
-En los sentimientos exagerados respecto de los demás. («¡No puedo
creer que hiciera tal cosa!» «¡No comprendo cómo puede llevar esa ropa!»
-En el feedback negativo de quienes nos sirven de espejo. («es la
tercera vez que llegas tarde sin decírmelo. »)
-En aquellas relaciones en las que provocamos de continuo el mismo
 efecto perturbador sobre diferentes personas. («Sam y yo creemos
que no has sido sincero con nosotros.»)
-En las acciones impulsivas o inadvertidas. («No quería decir eso.»)
-En aquellas situaciones en las que nos sentimos humillados.
(«Me avergüenza su modo de tratarme.»)
-En los enfados desproporcionados por los errores cometidos
por los demás. («¡Nunca hace las cosas a su debido tiempo!»
«Realmente no controla para nada su peso.»)
También podemos reconocer la irrupción inesperada de la sombra
cuando nos sentimos abrumados por la vergüenza o la cólera o cuando
 descubrimos que nuestra conducta está fuera de lugar. Pero la sombra
suele retroceder con la misma prontitud con la que aparece porque
descubrirla puede constituir una amenaza terrible para nuestra propia imagen.
Es precisamente por este motivo que rechazamos tan rá pidamente -
sin advertirlas siquiera - las fantasías asesinas, los pensamientos suicidas
o la embarazosa envidia que tantas cosas podría revelarnos sobre nuestra
propia oscuridad. R. D. Laing describía poéticamente este reflejo de
negación de la mente del siguiente modo:

El rango de lo que pensamos y hacemos está limitado por aquello
de lo que no nos damos cuenta.
Y es precisamente el hecho de no darnos cuenta de que no nos
damos cuenta lo que impide que podamos hacer algo por cambiarlo.
Hasta que nos demos cuenta de que no nos damos cuenta
seguirá moldeando nuestro pensamiento y nuestra acción.


Si la negación persiste, como dice Laing, ni siquiera nos daremos
cuenta de que no nos damos cuenta.
Es frecuente, por ejemplo, que el encuentro con la sombra tenga lugar en
la mitad de la vida,cuando nuestras necesidades y valores más profundos
tienden a cambiar el rumbo de nuestra vida determinando incluso, en
ocasiones, un giro de ciento ochenta grados y obligándonos a romper
nuestros viejos hábitos y a cultivar capacidades latentes hasta ese momento.
Pero a menos que nos detengamos a escuchar esta demanda
permaneceremos sordos a sus gritos.
La depresión también puede ser la consecuencia de una confrontación
paralizante con nuestro lado oscuro,un equivalente contemporáneo de
la noche oscura del alma de la que hablan los místicos.
Pero la necesidad a interna de descender al mundo subterráneo puede ser
postergada por multitud de causas,como una jornada laboral muy larga, las
distracciones o los antidepresivos que sofocan nuestra desesperación.
En cualquiera de estos casos el verdadero objetivo de la me lancolía escapa
de nuestra comprensión.
Encontrar a la sombra nos obliga a ralentizar el paso de nuestra vida, escuchar
las evidencias que nos proporciona el cuerpo y concedernos el tiempo necesario
para poder estar solos y digerir los crípticos mensajes procedentes del mundo subterráneo.

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