sábado, 1 de septiembre de 2012

ACABEMOS CON LA DISCUSIÓN INTERNA

¿Te has preguntado alguna vez por qué fracasan siempre tus buenas intenciones y tus esfuerzos por mejorar? No es una cuestión de «fuerza de voluntad» ni de disciplina, ambas cualidades están sobrevaloradas hoy en día. Si con ellas bastara para cam­biarlo todo, muchas más personas estarían disfrutando de una vida positiva y amorosa en lugar de estar intentando ocultar las ruinas bajo una bonita fachada.
En la mayoría de las personas el Intelecto adulto y el Niño emocional negativo están casi siempre engarzados en una pelea pe­nosa v autodestructiva, y normalmente es el Niño interior insatis­fecho quien sale vencedor.
Por difícil que resulte admitirlo, lo cierto es que no es el Inte­lecto quien maneja nuestras vidas. Nos pasamos años vacilando entre lo positivo y lo negativo, y pese a los mejores esfuerzos de nuestro Intelecto y a todo lo que hemos aprendido sobre la «forma correcta de vivir» o la «buena vida» (o como quiera que lo definas), nuestra vida está dominada por ese Niño emocional rebelde y ca­rente de amor que fuimos antes de la pubertad. Cuanto más lucha­mos por dominarlo, más frustrados nos sentimos. Invariablemente vence el síndrome del amor negativo.
Creemos ser adultos civilizados dotados de la capacidad de tomar decisiones racionales, pero en realidad somos Niños emo­cionales crecidos que intentan comportarse como adultos pensantes. El Intelecto no es más que una gota en el océano de la emo­ción y rara vez es capaz de dominar al Niño interior. Cada vez que pensamos en cambiar, el terco Niño se opone con obstáculos, resistencia, enfermedades psicosomáticas, excusas, olvidos, o con cualquier cosa que le sirva para hacer fracasar el propósito.
Esta batalla genera dentro de nosotros una cháchara incesante y ruidosa. Las consultas psiquiátricas, las terapias de grupo, los cursos de meditación y todo movimiento relacionado con el crecimiento es­piritual y el desarrollo humano están llenas de personas que buscan poner fin al dolor causado por el conflicto entre lo que saben y lo que sienten. Cuando el Intelecto adulto y el Niño emocional se en­frentan, ambos pierden. El torbellino, la confusión, la desazón y el sufrimiento interiores provocados por este conflicto nos roban la ale­gría y la esperanza y nos impiden pensar y sentir plenamente.
Aunque los peores enfrentamientos entre las emociones y el Intelecto se producen en la edad adulta, comienzan antes de la pubertad el Niño es capaz de entender ciertas cosas intelectualmente a pesar de la programación que recibe a diario de sus padres. Conoce la diferencia entre el bien y el mal y sabe qué crea tortuosos y a menudo contradictorios de sus padres, sabe que hay otra forma de vivir mejor.
Cuando llegamos fisiológicamente a ser adultos, el Intelecto continúa creciendo y madurando en conocimiento y sabiduría, mientras que las emociones se mantienen atascadas en la infancia. Por desgracia, el Intelecto adulto sigue siendo la víctima de la lucha con el Niño emocional, pese a conocer a la perfección los estragos y perjuicios que produce el conflicto. Conforme pasan los años, el abismo entre ambos se ensancha y genera un estado casi permanente de tensión, ansiedad y confusión.

Atravesada la adolescencia, el intelecto podría empezar a utili­zar su libre albedrío para actuar positiva o negativamente ,según su sentido de la responsabilidad, su grado de compromiso, sus de-seos v su educación. Pero normalmente, por inconsciencia e igno­rancia, elige reproducir la programación negativa bajo el gobierno del Niño emocional. «Soy así», piensa, «no puedo evitarlo».
Esta afirmación es una de las mentiras que vivimos como con­secuencia de los programas del amor negativo: somos los conflic­tos y negatividades que adoptamos de nuestros padres. El poder del Niño emocional negativo impide al Intelecto cortar los hi­los del amor negativo que nos unen a nuestros padres, como a títe­res.
Pregúntale una vez más a tu Intelecto: «Si eres tan sabio e inte­ligente, ¿por qué no estoy bien?».
Es importante destruir el mito de que uno debería «ser un padre para su Niño interior», como aconsejan algunos. La creencia en este mito podría convertirse en un estorbo para toda tu vida. El Niño interior es sólo una metáfora de la parte bloqueada de tus emociones, y el objetivo es que este Niño se encuentre a sí mismo y crezca llevando consigo las conductas infantiles positivas y de­jando atrás los infantilismos negativos. Entonces ya no necesitará ningún padre.
Liberarte de tus padres no es suficiente para acabar con el con­flicto interno que te debilita, esa eterna discusión dentro de ti. Ahora es el momento de que tu Cuerpo (el templo que alberga las tres partes de la mente) envíe un mensaje claro y audible a tus vos emocional e intelectual. Tienen que enterarse, con términos ine­quívocos, de que ya basta.
Hasta que el intelecto adulto no comprenda que la verdadera fuente de sus problemas es el Niño emocional negativo, es inútil for­zar el cambio. Sí, es posible que luchando valientemente consiga una victoria efímera y difícil, pero nunca logrará la paz perdurable si no identifica al auténtico enemigo con el que debe enfrentarse. Cuando el Intelecto localice la causa real de tus problemas, de tus pautas de amor negativo, podrás tomar las riendas y modificar el curso de tu vida oponiendo resistencia al Niño programado. En palabras de Shakespeare, es necesario que «recurras a las armas contra el mar de los problemas y, enfrentándote a ellos, los venzas».
Esta elección, unida a la determinación y al compromiso de actuar de forma positiva, trascienden aquellas resoluciones de Año Nuevo que murieron tan rápidamente. Son el presagio de un nuevo enfrentamiento: el Intelecto adulto contra el Niño emocio­nal. El preludio a una batalla es siempre un período de prepara­ción intensa. Las emociones temen perder su poder y se resisten a un futuro desconocido; el Intelecto está justamente indignado con el Niño emocional, por haber originado el conflicto, la frustración v la infelicidad. Aunque es normal que el miedo y la tensión for­men parte de los preliminares de una batalla, el Intelecto debe ate­nerse al compromiso de impedir que el Niño emocional continúe conduciéndose con las pautas negativas.
Por lo tanto, en la contienda entre el Intelecto adulto y el Niño emocional sobran las indecisiones y vacilaciones. El Inte­lecto debe atacar claramente y de viva voz el comportamiento des­tructivo y resistente del Niño y exigirle que deje ya de tocar las cintas negativas grabadas en la infancia que perjudican su progreso hacia la plenitud. El Niño debe dejar de bloquearle el camino al intelecto adulto que se esfuerza por conseguirte una vida mejor. Van a tener que convivir toda su vida! Así que el Intelecto re­educado, sabiendo lo que realmente conviene, debe expresar toda su ira contra el Niño por sabotear sus intentos de alcanzar metas positivas.
En este enfrentamiento verbal, el intelecto puede decir por ejemplo: «Oye, Niño, tú también tienes la culpa, ¿sabes?, la culpa no es sólo de papá y mamá. Tú nos estás haciendo daño, y esto tiene que acabar de una vez por todas. Ya nos has destrozado bas­tante con tu absurdo amor negativo, tu porquería nos ha causado suficientes problemas. Vengativamente te aferras al rencor contra todos, incluidos tú mismo y yo. No paras de oponerte a mí, no hay forma de que cedas un poco, mira, todavía sigues luchando contra mí. Tu estúpido amor negativo no me hace falta, así que a partir de ahora vas a hacer lo que yo diga, para que aprendas a amar y a ser feliz».
Cuando en el Proceso finaliza el enfrentamiento entre el Niño y el Intelecto, es posible resolver el problema de quién es el res­ponsable de la carencia de amor. Primero el Niño y el Intelecto deben reconocer que ambos eran culpables aunque no tuvieran la culpa, porque ninguno sabía hacerlo mejor debido a la programa­ción de amor negativo. Recuerda, el Intelecto es la prolongación del Niño y aprendió los programas negativos de él. Al conocer en la visualización el enorme dolor oculto detrás de las quejas y aflic­ciones del Niño, el Intelecto se volverá humilde y contrito, admi­tirá que las protestas eran justas y se dará cuenta de que ha llegado el momento de una tregua. Se acercará al Niño, lo rodeará con sus brazos, y posiblemente dirá algo así:
«Venga, pequeñín, nunca lo había visto desde tu perspectiva; tú también tienes razón, no ha sido tuya la culpa. Sé que yo no la tenía tampoco, ha sido todo una estupidez, siento mucho haberte rechazado. Dejémonos de peleas, hagamos las paces y seamos amigos. En realidad nadie tiene la culpa. ¿Qué te parece? ¿Hacemos una tregua y ponemos fin a tanta tontería?».
El Niño emocional reconocerá que durante toda su vida ha es­tado en guerra contigo, Intelecto. Está demasiado cansado de lu­char y desea la paz. Al principio puede que se muestre cauteloso, no olvides que ha sufrido mucho a causa de la condena y la falta de comprensión de todo el mundo, especialmente la tuya, Inte­lecto adulto. A lo mejor con muchas reservas responde: «Lo inten­taré si tú también lo haces. Más vale que seas sincero, que te ocu­pes de verdad y que no me abandones otra vez. Vas a tener que demostrármelo, ¿sabes?».
Una vez firmada la tregua, el Niño emocional será capaz de aceptar los acercamientos amistosos del Intelecto y la posibilidad de dejar de lado sus infantilismos para crecer de una forma emo­cional positiva. Con su medida de capacidad intelectual, el Niño reconocerá que no queda ninguna razón para seguir siendo un Niño. Ya ha acusado y defendido a mamá y papá y ha terminado su conflicto con el Intelecto. Ya no tendrá causas legítimas para aferrarse a su enfermedad, de manera que ahora puede compren­der plenamente que no tiene por qué seguir viviendo según los an­tiguos juegos del amor negativo adoptados. Habiendo experimen­tado esta realidad, y con los instrumentos adecuados para después del Proceso, será libre de elegir una alternativa positiva. Tu Inte­lecto también se encontrará en un momento decisivo: por fin asu­mira su responsabilidad en no haber comprendido, aceptado y res­paldado a tu Niño en el pasado.
De esta forma, finalmente tu Intelecto y tus emociones pueden aprender que no son enemigos. Al igual que tus padres, eran culpables pero no tenían la culpa. Tu Yo espiritual, observador siem­pre presente, sentirá una alegría inmensa cuando esto ocurra. Todos tus aspectos estarán libres para amar incondicionalmente, y tu yo espiritual podrá colmarte de su poderosa luz, llena de sabi­duría y curación. Entonces sabrás que la guerra ha terminado y gritarás: «¡Aleluya!».

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