sábado, 1 de septiembre de 2012

EL SÍNDROME DEL AMOR NEGATIVO


Para bien o para mal, cuando eras niño integraste a tus padres den­tro de ti. Quizá te hayas sorprendido alguna vez diciendo: «Acabo de hablar como mi padre». «¡Pero bueno, si estoy actuando como mi madre!». «¿Por qué estoy haciendo esto?, mi madre (o mi padre, o ambos) solían hacerlo». «Odiaba que ellos lo hicieran y aquí estoy, haciéndolo yo también».
Si crees que no has integrado los comportamientos de tus pa­dres, ¿cómo es que en momentos cruciales te conduces compulsivamente como ellos, incluso aunque no quieras?
Es fácil entender por qué en la niñez emulamos las conductas y las características positivas de los padres, pero resulta más difícil comprender por qué imitamos sus conductas negativas. Curiosamente, los estudiosos no han dado demasiada importancia a este galimatías. Si en la infancia condenamos lo negativo de nuestros padres, ¿por qué entonces asimilamos los mismos hábitos autodestructivos?. La pregunta que todos debemos hacernos es: ¿Por qué hemos hecho lo mismo con nosotros?
El amor negativo es el impulso humano más paralizador; es la adopción de las conductas, estados de ánimo, características y mensajes negativos (abiertos o encubiertos) de nuestros padres. Por causa del amor negativo, en la infancia adquirimos estos comportamientos a fin de: 1) no superar a nuestros padres, con la esperanza de que ellos nos acepten y nos amen, y 2) para castigarlos subconscientemente, como venganza por haber­nos reducido a su propio nivel. ¿Cuál es el resultado? Vergüenza, culpa y autocastigo.
Con la primera parte de esta reacción, pedimos a nuestros pa­dres que nos acepten por ser como ellos; con la segunda expresa­mos disimuladamente nuestro resentimiento por sus limitaciones. Cuando reflejamos a nuestros padres sus propios errores, les mo­lestamos, les enfurecemos, les hacemos sufrir y sentirse culpables: es la venganza por no recibir su amor y aceptación constantes. Por supuesto, en la balanza final los que más sufren de vergüenza, culpa y autocastigo somos nosotros. Hay quienes se enfrentan incluso a la muerte para poder justificar y cumplir sus fines vengativos.
¿Tiene algún valor reaccionar así ante los padres? Sí, lo tiene en un mundo al revés: el amor negativo es lógica ilógica, cordura loca, razón sin razón. Es poderoso porque es un dilema sin solu­ción. ¿Qué otro motivo induciría a elegir esta actitud? El amor ne­gativo es una pescadilla que se muerde la cola: sólo se gana cuando se pierde. Se sufre y, lo que es peor, también sufren los hijos de los que sufren, puesto que los comportamientos se transmiten. Como dice la Biblia, «los pecados de los padres recaerán sobre los hijos de generación en generación».
En el síndrome del amor negativo, hay tres modos básicos de reaccionar:
1.      Trascendencia. En el caso de algunos rasgos no emotivos, a veces somos capaces de trascender las características negativas de nuestros padres sin sentir conflicto interno. Pero desafortunada­mente muy pocos rasgos se trascienden cuando aún no se ha erra­dicado el síndrome del amor negativo.
2.      Adopción. Esta es la reacción más común, la de adquirir por completo los rasgos parentales. Por ejemplo, podemos adoptar un rasgo negativo como la «crítica» y después a) ser crítico con nosotros mismos, b) criticar a los demás, o c) conseguir que los demás nos critiquen. Si además el rasgo proviene de la madre y del padre, es doblemente devastador y resulta casi imposible rebelarse contra él.
3.      Conflicto. Adoptar el rasgo y al mismo tiempo rebelarse con­tra él puede provocar un interminable tira y afloja interno. Supongamos que a uno le disgusta una característica de uno de sus padres y sus consecuencias; así pues, lo elimina y adopta una conducta al­ternativa. Pero aun actuando de la forma alternativa, la voz nega­tiva interior no se acalia y lo arrastra en la dirección opuesta.. Este vaivén Es un conflicto de tira y afloja: a veces procedemos con la conducta adoptada y a veces con la alternativa genera una an­siedad y un conflicto aun mayores.
Se ha demostrado que las personas que maltratan a sus hijos fueron a su vez objeto de vejaciones en la infancia. He aquí un claro ejemplo del síndrome del amor negativo. En la dolorosa ago­nía de su niñez, quizá se juraron a sí mismos que cuando crecieran y tuvieran hijos nunca les pegarían ni se comportarían como sus padres lo hicieron con ellos. Pero en la madurez rara vez son capaces de vivir conforme a esas buenas intenciones. Si lo consiguen,   ¡el impulso emocional oculto se manifiesta en alguna otra forma de comportamiento destructivo.


Lo normal, sin embargo, es que estas personas, que fueron maltratadas cuando niños, acaben golpeando e hiriendo a los hijos a pesar de sus buenas intenciones. (4ada vez que lo hacen, su propio Niño interior llora y grita en silencio: «¿Ves, mamá, papá? Llago daño a mi hijo y le pego como tú me pegabas a mí. No soy mejor que tú, no te he superado, soy como tú. ¿Me querrás ahora?. Mientras maltratan a sus hijos también sienten remordi­miento, pero al igual que los alcohólicos y los drogadictos, no tie­nen fuerza para detenerse. Ciertas organizaciones como Alcohóli­cos Anónimos, las instituciones para la prevención de malos tratos a la infancia y las asociaciones de padres han conseguido aliviar la culpa del remordimiento que aniquilan a este tipo de individuos. No obstante, se puede ir más allá: el impulso Inconsciente de mal­tratar a los hijos se puede erradicar, cuando se ha comprendido el síndrome del amor negativo que lo origina.
En el otro extremo tenemos a los niños que nunca se sintieron queridos ni aceptados por uno de sus padres o por ambos. Los adultos con este pasado anhelan e idealizan el amor que han leído en los libros o visto en el cine o la televisión, pero su programa­ción negativa («no mereces amor») impide que sus sueños se con-viertan en realidad. Aun cuando tratan de representar el papel y mostrarse cariñosos el programa interior negativo destruye com­pulsivamente el intento. Es la encarnación de una profecía que se  cumple una y otra vez y que debe exorcizarse, o continuará hasta  ¡que la muerte nos lleve de este mundo.
Siempre ha sido difícil definir el amor, pero podríamos consi­derar esta posible definición:
 El amor es la bondad emocional que emana del alma y del corazón y se vierte y derrama primero en uno mismo y luego en los que nos rodean. La verdad primordial de esta definición es que nadie puede dar amor a menos que lo posea.
,Lo que suele confundirse con amor es meramente el fingimiento o representación del amor con el fin de recibir o conseguir el afecto de los demás. El verdadero amor sólo puede manifestarse cuando nos aceptamos y nos ama­mos a nosotros mismos. Entonces si podemos dar por dar y dejar de preocuparnos por lo que recibimos a cambio. Lo que es nuestro tendremos en cualquier circunstancia.
El amor negativo es una adicción compulsiva que mina nues­tra capacidad para amar con libertad. Este amor negativo nos ha dominado demasiado tiempo. ¿No es ya hora de que nos desen­ganchemos de nuestros padres y superemos el «mono»?
Cuando niños nos esforzamos siempre por ganarnos el amor nuestros padres. Para ello pagamos un precio muy alto. En esa identificación negativa con los padres, de hecho uno traiciona a su alma y la entierra bajo el barro y el fango del comportamiento de amor negativo. Este libro trata precisamente del modo de recupe­rar la verdadera esencia y limpiar la negatividad que la cubre.
La ceguera ante la ceguera es la causa de que vivas descorazo­nado y sin libertad. No desesperes, todavía puedes hacer algo, pero deseas liberarte tienes que poner las cartas sobre la mesa, hacer un esfuerzo sincero para averiguar quién eres y en qué te ha con­venido. Debes atreverte a cruzar el dolor emocional de tu infancia para salir por el otro extremo del túnel. El sufrimiento será profundo, pero breve. Es mejor enfrentarse a él de una vez por todas que cargar con el pesado fardo de la programación automática del amor negativo durante toda la vida. Al otro lado te esperan la libertad, la autoaceptación, el perdón y el amor por ti mismo.
¿Quién dijo que no eres capaz de realizar tareas difíciles? Fueron tus padres, aun cuando lo hayan hecho sin darse cuenta ¿pensando que hacían exactamente lo contrario. ¿Dónde si no lo ha­brías aprendido siendo un niño?
Por causa del amor negativo, te tragaste esa mentira y ahora te pasas la vida ideando métodos refinados (llamados adicciones) para eludir el auténtico dolor que es causa de tus problemas. Temías que encarar la realidad de tu dolor seria insoportable y por eso has elaborado técnicas de evasión, con la esperanza de que el sufrimiento desaparezca si no lo ves. Una de las más mayores men­tiras que te hicieron creer tus padres es que no puedes enfrentar el dolor, el sufrimiento y las situaciones difíciles.
Algunos de los peores mensajes de anulación (abiertos o encubiertos) son los siguientes: «Nunca llegarás a ninguna parte»; «No vales para nada»; «No hay nada que hagas bien»; «No eres nadie, nunca tendrás éxito, ni lo intentes, ¿para qué molestarte?»; «Eres un perdedor, «No mere­ces amor».
La rueda del infortunio ya ha dado una vuelta completa. ¿No fue el mensaje «Soy indigno de amor> el que empezó todo este ab­surdo? Basta con aplicar la pauta de invalidación al Proceso para que la profecía vuelva a cumplirse y nos derrote; también se po­dría esgrimir para perpetuar la actitud «pobre de mí, mártir y víc­tima».
Cualquier programación puede desprogramarse, siempre hay esperanza de vivir la vida con paz y amor en el presente y en el fu­turo. Lo tenemos todo, nuestro verdadero yo positivo está siempre con nosotros. Desgraciadamente nuestros padres, debido a su pro­pia programación negativa de la infancia, no sabían cómo alimen­tar nuestra esencia de perfección, sus padres tampoco nutrieron las suyas, nunca les enseñaron a respetarse y a amarse, ¿cómo iban a enseñarnos algo que no sabían? Si hubieran podido honrar su esencia, habrían honrado la nuestra y la habrían cuidado con amor incondicional y un fuerte sentido de seguridad interna.

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