sábado, 1 de septiembre de 2012

CÓMO ADOPTAMOS LAS CARACTERÍSTICAS NEGATIVAS DE NUESTROS PADRES

Los niños lo tienen difícil. Ricos y pobres, de familias muy o poco numerosas, todos crecen en un mundo que no han creado, gober­nado por reglas que ellos no han establecido. Desde su punto de vista el control de su vida lo ejercen personas mayores y poderosas que suelen actuar de forma incoherente, ilógica o hipócrita, con intimidación, frialdad, falta de amor y, en algunos casos, incluso con brutalidad y violencia.
El amor condicional e imprevisible de los padres induce a los niños a sentirse constantemente a prueba, como si siempre tuvie­ran que estar demostrando algo. Antes de que sus padres les enseñen a no distinguirlo, ellos ya conocen la diferencia entre el autén­tico amor que necesitan y el papel que normalmente desempeñan los padres para sustituirlo. Algunos son víctimas de malos tratos emocionales y físicos a manos de unos padres que en su infancia también fueron emocional y físicamente maltratados.
Soy consciente de que éstas son verdades difíciles de aceptar. Aun cuando veamos con mucha claridad los defectos de nuestros padres, los defendemos visceralmente porque necesitamos creer que nos querían.
Con la razón podemos admitir que si para nosotros fue difícil, quizá para nuestros padres fue aún peor en su propia infancia. En general tendemos a cuidar los recuerdos felices de la niñez mien­tras que intentamos olvidar y perdonar los malos, pero aunque así podamos lograr cierto grado de compasión por nuestros padres, únicamente reviviendo la triste verdad de la infancia que tuvieron y la relación programada que mantuvimos con ellos sentaremos las bases de la compasión total y el amor auténtico. Cuando nos li­beramos de los sentimientos hostiles, rebeldes y vengativos repri­midos (o no) hasta ahora, somos capaces de aceptar, perdonar y amar para siempre a nuestros padres.
Ciertamente hay padres que maltratan a sus hijos, pero, salvo esta excepción, la mayoría de los padres no hacen daño a sus hijos consciente o deliberadamente. Los adultos se esfuerzan al máximo frente a sus limitaciones humanas y las tensiones para salir ade­lante. Tienen días buenos, días malos y a veces alguno que es mejor olvidar. Luchan por aprender a vivir con sus propios altiba­jos y con los de los demás. Pero sin darse cuenta, y a pesar de sus buenas intenciones, muchos padres se han visto de forma incons­ciente (a veces consciente) maltratando emocional y físicamente a sus hijos.
La perspectiva de un niño es limitada. Los niños creen que sus padres y otros adultos siempre saben lo que hacen; el mundo per­tenece a los adultos y ellos lo gobiernan, ¿no? Por tanto, los traten como los traten sus padres, ellos siempre consideran que es co­rrecto, que tiene su razón de ser, lo cual puede resultar confuso. Porque, ¿cómo pueden estas personas afirmar que te quieren y luego tratarte adrede tan rudamente y con tan poco amor? ¿No has dicho alguna vez algo así como «Dicen que me quieren, pero...»? Y de esta forma, muchos asocian el amor con el dolor. Por negativo que esto sea, esa es la relación que tienen con lo que consideran amor.
Son los comportamientos negativos adoptados los que generan las pautas de comportamiento autodestructivas. Aquí radica el ver­dadero problema. Si una madre es temerosa, el hijo aprende a serlo también; si el padre no demuestra sentimientos, el niño tampoco los mostrará: si la madre no es razonable y finge ser inútil, el hijo aprenderá a no resolver los problemas; si el padre lo posterga todo, el niño dejará sus obligaciones «para otro momento». Cuando el padre y la madre poseen un mismo rasgo negativo, el hijo hereda doble dosis de negatividad.
El rasgo más devastador que puede imitarse de los padres es la incapacidad de amarse uno mismo y al prójimo. Si tus padres no sabían amarse a sí mismos, ni a ti ni a los demás, es imposible que te enseñaran a dar y recibir amor. A pesar de sus buenas intencio­nes, no pudieron enseñarte a amar (ni siquiera a amarlos a ellos) y te contagiaron la enfermedad emocional de tu vida. Casi la totali­dad de las desgracias humanas tienen sus raíces directa o indirecta­mente en esta «enfermedad». Si la falta de amor es un cáncer, el «virus» que lo causa es el amor negativo.
No hay ningún rincón de tu existencia pasada y presente que haya quedado indemne del ejemplo de tus padres. Si deseas averi­guar el efecto que ha tenido en ti, ponte cómodo, relájate y párate a pensar: recuerda a la madre de tu infancia, imagínala en un habi­tación de la casa, tal vez en la sala de estar o la cocina, haciendo o diciendo algo característico que te molestaba en especial. Quizá te reñía por nimiedades o te alababa pegajosamente. No es necesario que sea algo que te hizo, lo importante es que veas en ella un deta­lle que fuera negativo.
Reconoces que tus padres no eran perfectos, ¿verdad? Tómate unos minutos para acordarte de una o dos escenas más en que tu madre dijera o hiciera algo que no te gustó cuando eras pequeño. Ayuda a la memoria cerrando los ojos y permitiendo que las imágenes salgan a la superficie.
A continuación, haz lo mismo con tu padre. Imagínalo reali­zando o diciendo algo característico que te hiciera sentir infeliz o incómodo, imponiéndote por ejemplo una disciplina férrea o in­justa, no mostrando ningún interés en las cosas que te importaban, o no infundiéndote autoestima alguna. Cuando hayas rememorado dos o tres rasgos más por cada uno de tus padres, añádelos a la lista del capítulo 2. (Si quien te educó fue algún tutor o una niñera en lugar de tus padres biológicos, realiza el ejercicio también con ellos.)
Ahora examínate sinceramente. ¿Cómo se expresan en ti los aspectos negativos de tus padres? ¿Eres como ellos? ¿Se han con­venido sus defectos en los tuyos? ¿Los exteriorizas con variacio­nes? Si tu madre reñía y criticaba a los demás por cosas insignifi­cantes, ¿lo haces tú ahora? ¿Te resulta tan difícil como a ella felicitar a los demás cuando hacen un buen trabajo? ¿Eres como tu padre cuando reaccionaba desproporcionadamente ante los fraca­sos o errores ajenos? Cualesquiera que fueran sus defectos, hoy tus padres forman parte de ti. Habiendo descubierto este hecho, debes preguntarme por qué repites los rasgos y pautas que tanto te disgus­taban en ellos.
En caso de que tengas dificultades para determinar si has adoptado un rasgo de tus padres que te fastidiaba, pregúntale a alguien que te conozca bien y que pueda ser objetivo. Quizá requie­ras que te echen una mano para admitir lo negativo que hay en ti.
No sólo adoptaste los rasgos positivos y negativos de tus pa­dres, sino que lo hiciste por una razón primordial: de niño necesi­tabas su amor y aprobación, y convertirte en su réplica era el modo de conseguirlo. «Mamá, papá, miradme», decías en tu inte­rior, «soy como vosotros, ¿me vais a querer?»
Subamos un peldaño más. Si tus padres no sabían demostrarse amor entre si, tú tendrás dificultades en mantener relaciones amo­rosas, y como tus padres no te enseñaron a amar, aunque persistes en la búsqueda del amor siempre terminas en decepciones.
Después de examinar de cerca a tus padres y sus vidas amoro­sas, compáralas con la tuya. Lo más probable es que no difiera mucho, o a lo mejor con tu propio esfuerzo y una voluntad colosal (además de muchos cursos y terapias) has conseguido una vida amorosa distinta de la de tus padres. ¿Qué precio emocional y físico has pagado por ello? Intentar consume una enorme cantidad de energía, no así hacer. Demostrar amor basándose en la rebeldía (No pienso ser como mi padre y mi madre») se convierte en otra forma de seudo amor que no es real, aunque durante un tiempo pueda parecerlo. Finalmente ese alguien tan especial que habías encontrado lo experimentará como algo superficial y falso. En re­sumidas cuentas, la calidad de tu amor es el resultado de la progra­mación del amor negativo.
«¿Qué ha sido del amor?» Se corrompió abierta o encubiertamente con los padres de tu niñez. A estas alturas ya sabes que no eran santos; la cuestión no es si lo hicieron o no de mala fe, las buenas intenciones no modifican los hechos ni los efectos. Si tu padre y tu madre no aprendieron a amar en su propia niñez, ¡No podían enseñarte! Tampoco sirve de consuelo saber que tuvieron la culpa sin ser culpables.
La mayoría de los padres sólo desean el bien de sus hijos, pero si té quitas la venda de a negación y dejas de estar a la defensiva, quizá descubras que en tu infancia no disfrutaste de tanto amor y seguridad como pensabas y que tus padres, con toda su buena in­tención, son la causa directa de tu sentimiento de frustración por no ser capaz de dar y recibir amor satisfactoriamente.
Por favor, sé objetivo, enfréntate para para tu vida amorosa. Si tus padres te quisieron constante e incondicionalmente, ¿por qué no te amas totalmente a ti y a los demás? ¿(Cómo es posible que no aprendieras la lección? ¿Por qué atraes gente que te rechaza
Como para un niño no resulta eficaz ni seguro expresar direc­tamente la rabia contra sus padres, da salida al rencor y la ira a tra­vés de la autodestrucción vengativa. Así, en vez de gritar «¡No, no podéis obligarme!», El niño que reprime su rabia aprende a «ajustar las cuentas» sacando malas notas, saltándose las normas de la casa, fumando, tomando drogas o alcohol, comiendo demasiado o de­masiado poco o asumiendo una conducta delictiva, por mencionar unos pocos «ajustes de cuentas. El furioso niño emocional dice en secreto: «¡Toma! Os vais a enterar, malos padres. ¿Queréis que lo haga a vuestra manera?, Pues no pienso hacerlo. Os arrepentiréis, y como no puedo conseguir vuestra atención positiva, tendré la negativa. El aferramiento a esta ira por rebeldía contra los padres es el origen de los problemas autodestructivos de los adultos.
Muchos niños brillantes deciden no estudiar, como desquite contra sus padres, con lo cual se privan a sí mismos de la oportu­nidad de una buena educación y preparación para la vida. Parece algo masoquista e ilógico, y lo es. El amor positivo tiene más sen­tido v hace un bien mayor que la atención y el amor negativo, pero para un niño son preferibles estos últimos a no tener ningún tipo de atención. Más vale algo que nada.
El conflicto emocional también nace cuando a veces actuamos de una manera y a veces de otra sin estar realmente satisfechos de 1ninguna de las dos. Luchamos contra un doble problema, el que surge de las pautas de amor negativo adoptadas de los padres y el del esfuerzo infructuoso para rebelamos contra ellos. ¿Entiendes ahora por qué los sentimientos de indignidad, incapacidad y falta de autoestima tienen un efecto tan devastador en la sociedad?
Si ha recibido mensajes contradictorios de tu madre y tu padre, de niño te habrás desgarrado en dos para complacer a ambos. Por ejemplo, si tu padre era un despilfarrador y tu madre excesivamente ahorrativa, no saldrás ganando con ninguna de estas actitudes, porque al expresar amor negativo por tu padre tirando la casa por la ventana, te estarás rebelando contra tu madre y surgirá un conflicto. Pero si guardas el dinero para expresar amor negativo por tu madre, te estás oponiendo al rasgo de tu padre, con lo cual el problema cre­cerá. Puedes comprarte el equipo de música más caro que encuentres después comer en el restaurante más económico, así te relacionarás con ambos padres según las respectivas pautas de amor negativo. Volvemos a lo mismo, sólo ganas si pierdes: no puedes ganar siendo como ellos, ni tampoco rebelándote. El resultado es otra vez el calle­jón sin salida.
También se produce conflictos cuando las emociones y el intelecto emiten mensajes enfrentados. Es posible que el pobre Niño interior programado se entregue a toda suerte de reacciones nega­tivas mientras el Intelecto, sabiendo que este comportamiento es peligroso y destructivo, se siente impotente. Los hábitos destructi­vos como el tabaco, el alcohol, comer en exceso, las drogas, la pro­miscuidad y la delincuencia son fuentes de conflicto. El intelecto suele advertir que estos comportamientos son dañinos y peligrosos para la vida, pero el Niño interior rebelde responde: «¡intentad de­tenerme, mamá, papá, vais a ver!.
El conflicto entre las emociones y el intelecto es la causa de que la mayoría de los intentos para superar las adicciones sean infructuosos. Ninguna cantidad de información o de aliento es suficiente para contrarrestar la fuerza del niño rabioso y rebelde que se esconde bajo el barniz del intelecto. En casos extremos ni siquiera el miedo a una muerte súbita tiene el poder de disuasión. Los adictos pueden forzarse a dejar el hábito, pero en sí mismo eso no elimina los programas compulsivos emocionales que lo causan.
Un hombre de 28 años relata el siguiente incidente de cuando tenía cuatro años: Mi madre estaba de pie en la puerta de calle hablando con el cartero mientras yo jugaba en el suelo. Estaba justo debajo de ella y miré hacia arriba con curiosidad dentro del vestido. Se puso tan furiosa que me cogió inmediatamente, me abofeteó y  me regañó delante de aquel extraño. El dolor, la vergüenza y la culpa que me embargaron fueron tan insoportables, que probablemente fue en ese momento cuando planté la semilla de mi incomodidad con las mujeres y la sexualidad.
El mensaje de que mirar el cuerpo de una mujer es una perver­sidad fue tan dañino que ni siquiera después de diez años de casado podía contemplar a su esposa desnuda. Racionalmente sabía que no había nada de malo en ello, que debería gustarle y excitarle, pero su programación emocional negativa le oscurecía la razón y cada vez que veía el cuerpo de su mujer reaccionaba con el senti­miento de culpa y de vergüenza que su madre le infundiera. La consecuencia: una vida sexual frustrada e infeliz.
También existen padres que «están pero no están. Si tus pa­dres estaban siempre tan ocupados en sus propios intereses y acti­vidades que sentías que no te veían ni te oían, aprendiste a creer: «No importo a los demás, no soy importante ni merezco atención positiva. Veamos otro caso de maltrato emocional: se trata de una mujer divorciada que adoptó esta creencia y recuerda la siguiente escena típica de su infancia:
Cuando tenía tres años, quise que mi madre me cogiera en brazos, así que estreché sus piernas entre mis brazos y le di un tirón en la falda para llamar su atención, pero ella me apartó diciendo que estaba ocupada. Siempre la recuerdo ocupada. La recuerdo trajinando, corriendo de un lado a otro atropelladamente a la velocidad del rayo para hacer un montón de tareas y quehaceres. Las mañanas eran una verdadera carrera, quería que todo el mundo estuviera vestido y desayunando en un tiempo límite. Le preocupaba que no le diera tiempo a cumplir su orden del día, que uno de los niños hiciera algo espontáneo que desbaratara sus planes por completo.
De su madre aprendió a ser una madre atareada y apresurada. También ella cumplía frenéticamente los planes impuestos y se impacientaba con los niños, consciente de que se conducía igual que su madre. Se sentía frustrada porque no sabía qué hacer al res­pecto. Las múltiples obligaciones de su programa diario, que exi­gían tanto tiempo y energía para llevar una casa sin marido, se mezclaban trágicamente con su necesidad emocional de emular a su madre. El amor negativo volvió a salir ganador.
En este punto es importante señalar que para estar progra­mado con amor negativo no es imprescindible haber vivido un gran trauma o drama familiar. Un hogar apacible y tranquilo no implica necesariamente un hogar de amor. De hecho, los hijos de personas que se pelean abiertamente encuentran más fácil expresar sus sentimientos que los de aquellos que mantienen una paz falsa. Normalmente, hasta que la gente compara sus recuerdos de infan­cia con los de otros, no toman conciencia de cuántas cosas echa­ron en falta en su adormecida vida familiar, carente de afectivi­dad, similar a la de un zombie.
Hay matrimonios aparentemente amorosos con hijos que tie­nen dificultades para amar. Si el amor entre los miembros de una pareja es inflexible y exclusivo, tal vez no dejen espacio para com­partirlo; los cónyuges se aman mientras descuidan a sus hijos, quienes más adelante se alejarán de los padres por sentirse rechaza­dos. Después, los propios padres se preguntan por qué no respon­den sus hijos al amor que les han ofrecido: se debe a que antes no los incluyeron en su calor protector y reconfortante. Al margen del afecto que los padres se muestren mutuamente, si el círculo del amor no se abre a sus hijos, la siguiente generación encontrará difícil demostrar y recibir amor.
Los afectos no correspondidos prueban los aspectos positivos y negativos del amor. Cuando el amor positivo por otra persona no es correspondido, sufrimos el dolor del rechazo (algunos llegan a decir «Duele que da gusto»). El sentimiento de amor es maravillo­samente arrollador cuando deseamos entregárselo a alguien, pero también es arrolladoramente devastador cuando no nos corres­ponden. El rechazo crea el miedo al amor y entonces retenemos nuestro sentimiento por temor a que nos hieran: el famoso dilema sin solución.
Hay personas que niegan el concepto de amor negativo argu­mentando que somos libres y que nadie tiene la culpa de nuestros problemas excepto nosotros mismos. No obstante, aunque sosten­gamos que disponemos de libre albedrío y que podemos mantener el control de nuestro destino, en la mayoría de los casos la autono­mía es un espejismo. En realidad, reproducimos compulsiva y au­tomáticamente la programación creada por nuestros padres du­rante la niñez. Aquellos que insisten en que pueden reafirmar su propia independencia deberían ser conscientes de que en general los programas los manejan a ellos sin que se den cuenta. Si sus pa­dres les enseñaron que podían ejercer su propia voluntad siempre que decidieran hacerlo, no contaron con el síndrome del amor ne­gativo, que inhabilita la libertad de opción.
No basta con la determinación racional de cambiar la programación: de la trampa sólo se sale a base de trabajar en los niveles emocional, intelectual, espiritual y físico. Dado que el inte­lecto es una gota en el océano de la emoción, limitarse a leer acerca de las pautas emocionales de amor negativo sólo sirve para aprender más sobre cómo «deberíamos» ser con nosotros mismos y con los demás, pero no elimina emocionalmente la conducta de  amor negativo propiamente dicha. La consecuencia es un mayor conflicto entre el conocimiento intelectual y la resistencia emocio­nal al cambio.
A veces evitamos mirarnos de frente y echamos la culpa de nuestras deficiencias al «inconsciente», como si éste fuera una cié­naga maloliente llena de criaturas diabólicas con la que nacemos y sobre la que no tenemos control ni entendimiento alguno. No es cierto: fueron nuestros padres, no horribles demonios, los que cau­saron nuestros problemas afectivos. ¿Dónde obtuvieron ellos los suyos? De sus propios padres, y así sucesivamente hasta el princi­pio de los tiempos. En este sentido es cierto que la fruta cae a la sombra de su árbol, el amor negativo se ha ido heredando de gene­ración en generación.
No somos prisioneros del inconsciente; todo lo que necesitamos saber para comprender cómo y por qué nos transformamos en lo que somos lo tenemos a mano para revi­sión y examen, sólo hace falta aprender a acceder a la base de datos de la memoria. Por fortuna, una vez que somos conscientes de las pautas de amor negativo, podemos enfrentarnos a ellas y eliminar­las por muy profundamente que hayan permanecido enterradas (en los capítulos siguientes se explica cómo lograrlo).
Es cierto que mientras una parte de nosotros intenta liberarse, otra lucha contra el cambio con toda la astucia, fuerza y recursos de que dispone. Ya vimos que se trata del Niño emocional nega­tivo, ese aspecto que se quedó en los trece años y que sigue enamo­rado negativamente dc mamá y papá. Mientras el intelecto y Cuerpo continúan creciendo, el ser emocional todavía se comporta como un niño. ¿Por qué? Porque tiene miedo a cambiar.
El Niño emocional negativo se resiste al cambio y al crecimiento. La gente acude a terapias de un tipo u otro convencidas de su deseo sincero de poner fin al sufrimiento y resolver sus proble­mas. De hecho, el Intelecto sabe que así sería más feliz, pero el Niño interior está programado para cultivar el amor negativo por sus padres. En un momento determinado, la persona se encuentra ante la siguiente opción crucial: ser negativamente «fiel» a mamá y papá o romper las cadenas para alcanzar la autonomía y el amor por sí misma. Tal cambio puede parecer amenazador y asustar al Niño, que piensa «Si para ponerme bien tengo que pasar por esto, prefiero estar enfermo. Al menos un tiempo más». La gente a menudo no está dispuesta a arreglar su vida hasta que caen tan bajo, que tocan fondo. Entonces la desesperación la impulsa a compro­meterse a cambiar.
Por otro lado, si sabemos cuál es verdaderamente el problema, si contamos con los útiles precisos y el poder para resolverlo, pa­rece lógico optar por liberarnos. La vida es maravillosamente gra­tificante cuando se descontamina del amor negativo. El cambio es posible porque las pautas de amor negativo sólo son nuestras por adopción: en realidad no son nuestras, no son inherentes a nosotros. Si hemos aprendido a afligimos y a ser infelices, con la ayuda apropiada podemos aprender a ser felices, porque cualquier aspecto negativo

No hay comentarios:

Publicar un comentario