sábado, 20 de agosto de 2011

LA LIBERTAD DE ELEGIR

Frankl cuenta que tras una de las jornadas de trabajos forzados y continuas humillaciones, agotado en su celda, empezó a tomar conciencia de lo que denominó la libertad última del ser humano. Se percató de que lo único que sus carceleros no podían arrebatarle era la voluntad de elegir su actitud ante tales circunstancias. Aunque le torturasen o intentaran reducir su identidad a un número, podía conservar un vestigio de su libertad afrontando con dignidad cualquier situación. En ese lugar en que todos eran despojados de su condición anterior, lo que diferenciaba a las personas era su actitud, independientemente de si fueran guardias o prisioneros, pues algunos vigilantes mostraban más humanidad que ciertos presos.
Observó que, ante una circunstancia límite, los individuos podían pasar a ser juguetes de la situación, dejando aflorar su faceta más ruin. Pero también podía ser una oportunidad muy poderosa para crecer a nivel humano y espiritual. Comprendió que ante el sufrimiento el hombre puede ir más allá de sí mismo manteniendo su integridad.
Estas ideas que Viktor Frankl rescató de sus experiencias en realidad forman parte de la singularidad del ser humano. En la pasión de Jesucristo podemos ver un sobrecogedor ejemplo de lo que significa aceptar un duro destino, con un significado de amor, enseñanza y comprensión que va más lejos de una vida individual. Y día a día las personas que encaran una grave enfermedad o momentos dolorosos con aceptación y entereza nos ofrecen una valiosa muestra de que el sufrimiento puede movilizar grandes recursos en el ser humano.

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