lunes, 27 de junio de 2011

No hay más remedio que cambiar(nos)



A esto se refería el escritor Hermann Hesse (1877 – 1962) cuando afirmó que “la verdadera profesión del hombre es encontrar el camino hacia sí mismo”. Más que nada porque a través de la inmersión en nuestra realidad interna, poco a poco nos damos cuenta de que ahí se encuentra todo lo que necesitamos para poner fin a nuestro sufrimiento y alcanzar así la plenitud que tanto anhelamos. Porque, ¿de qué sirven los triunfos externos si no sentimos alegría en nuestro corazón? ¿Qué valor tiene que la sociedad nos aplauda si no nos sentimos bien con nosotros mismos? Más allá del autoengaño, sabemos de primera mano que sin paz ni equilibrio interiores nada de lo que hagamos en la vida será sostenible y carecerá por completo de sentido.
Escapar de uno mismo es el problema, no la solución. Más que nada porque el vacío existencial no se llena, sino que se aprende a aceptarlo hasta que desaparece. Y esto sólo se consigue haciéndole frente a nuestra estructura mental, de manera que podamos dirigir conscientemente nuestros pensamientos. En esto consiste precisamente ser dueño de uno mismo: en dejar de vivir con el piloto automático, que nos lleva a pensar y reaccionar de forma mecánica e inconsciente.
Lo curioso, y también paradójico, es que para aquellos que hemos decidido que no necesitamos sufrir más, este cambio de paradigma –de perderse afuera a encontrarse dentro– acaba convirtiéndose en una auténtica filosofía de vida. En ese instante, rompemos la carcasa de ignorancia que nos hacía creer que lo sabíamos todo con respecto a nosotros mismos y a nuestra existencia, abandonando la falsa idea de que no tenemos nada más que aprender.
En el acto de humildad que implica afirmar “yo no sé” se encuentra el inicio de la auto-transformación, lo que supone una auténtica revolución interior. Al basar nuestra autoestima en querer aprender, nos convertimos en verdaderos escépticos, explorando personalmente lo que desconocemos para descubrir lo que no sabemos. Esta nueva actitud, mucho más receptiva y tolerante, es la que permite que nos abramos a diferentes y más profundas teorías y prácticas relacionadas con el maravilloso aforismo “Conócete a ti mismo”, cuyo origen se remonta más allá del siglo VI a C, siendo más veterano que la historia misma de la filosofía.
Este apasionante viaje hacia lo más hondo de nosotros mismos está lleno de misterio e incertidumbre. Y nos lleva a traspasar fronteras que la sociedad no sólo rechaza frontalmente por su total y absoluto desconocimiento, sino que llega a ridiculizar e incluso a oponerse agresivamente. Por eso solemos recorrer este camino en soledad, compartiéndolo con aquellas pocas personas que van en nuestra misma dirección. Entonces y no antes, asumimos el compromiso por nuestro autoconocimiento y desarrollo personal, a partir de los cuales tomamos conciencia del increíble potencial que reside en el interior de cada ser humano.
Ahora bien, al tratarse de un asunto tan íntimo y delicado –estamos hablando de la conquista de la felicidad–, hemos de alejarnos de cualquier tipo de creencias –ya nos han vendido suficientes– para comenzar a comprobar el conocimiento que vamos recibiendo a través de los resultados que obtenemos. No en vano, está demostrado que el lenguaje escrito es el menos efectivo de todos los que utilizamos para comunicarnos: el significado de cada palabra viene determinado por nuestra interpretación subjetiva.
Sin ir más lejos, el concepto de “felicidad” suele confundirse con emociones como el placer y la satisfacción de conseguir aquello que deseamos, sean personas, cosas, situaciones y demás metas externas. Pero alcanzar este tipo de “triunfos” no implica sentirse verdaderamente feliz por dentro, es decir, experimentar una profunda y duradera paz interior.
Para no caer en estos malentendidos lingüísticos, en la medida que podamos, hemos de verificar la información que se nos detalla a través de nuestra propia vivencia, incluyendo, por supuesto, el contenido de este texto. Así, dado que nuestra experiencia interior goza de una fiabilidad del 100%, esa debe ser nuestra primera y última referencia. Sólo así es posible conocer y comprender la verdad que nos libera del sufrimiento y que nos lleva a disfrutar de una vida personal y profesional consciente, amorosa, equilibrada, creativa y llena de sentido.
Primero con nosotros mismos

Para alcanzar este grado de maestría sobre la condición humana, todo aspirante a coach debe contar con la comprensión suficiente para disfrutar de una vida plena. Es decir, que antes de “trabajar” sobre los demás, primero hemos de haber “trabajado” sobre nosotros mismos. Y es que, como dijo el escritor Lev Tolstoi (1828 – 1910): “Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie quiere cambiarse a sí mismo”. Ése es el riesgo de aventurarse a ejercer de coach, una función muy exigente, pues implica haber encontrado lo que gran parte de la humanidad siente que le falta.
Si no nos transformamos a nosotros mismos primero, aprehendiendo la sabiduría que nos libera del sufrimiento y nos aporta paz interior, nuestro espejo no estará lo suficientemente limpio para que los demás vean las causas de su malestar reflejadas nítidamente. Así, no basta con adquirir conocimiento; para enseñar es necesario encarnar lo que se sabe. Si no hay coherencia entre la teoría y la práctica es que todavía no comprehendemos la información que conocemos.
Por tanto, lo que hemos logrado con nosotros mismos, es decir, lo que se manifiesta en nuestras propias vidas, es lo único que podemos ofrecer a los demás.
Entonces, ¿cómo sabemos si somos aptos para ejercer esta profesión? Observando los resultados que obtenemos en nuestro día a día. Y para ello, tenemos que ser sinceros con nosotros mismos, sino estaremos engañando a los demás. En palabras del filósofo Gerardo Schmedling (1946 – 2004), en primer lugar, “hemos de verificar si nos sentimos felices, es decir, que nada de lo que nos ocurre nos lleva a perder la alegría y caer en las garras del sufrimiento”. Como consecuencia, “también hemos de percibir paz en nuestro interior, que nos permite dejar de reaccionar impulsivamente, manteniendo siempre la serenidad”. Por último, “si verdaderamente gozamos de este equilibrio interno, mantendremos en todo momento la humildad necesaria para servir a las personas que nos rodean”.
A partir de estas tres virtudes internas, Schmedling describe otros cuatro resultados externos: “Un óptimo estado de nuestra salud física; la armonía de todas nuestras relaciones personales y profesionales; disfrutar de recursos económicos más que suficientes y la flexibilidad necesaria para adaptarnos y fluir en el lugar donde vivimos”. Si gozamos de un satisfactorio equilibrio en cada una de estas áreas, sabremos que realmente hemos alcanzado la maestría en el arte de vivir, con lo que tendremos mucho que ofrecer a quienes estén interesados en recibir.

La vida como aprendizaje
Las personas interesadas en coaching, tanto para ejercerlo como para recibirlo, suelen llegar a una misma conclusión: que cada vida humana es un proceso pedagógico y evolutivo que se materializa a través del aprendizaje, lo que coloquialmente se viene llamando “destino”. Pero, ¿qué venimos a aprender? A ser felices por nosotros mismos para aceptar y amar a los demás tal como son.
Más que nada porque una de las grandes falacias de nuestro tiempo, que forma parte de nuestra compleja programación mental, es que nuestra felicidad depende de algo externo. Esta mentira es precisamente la que nos lleva a apegarnos a personas, cosas y demás situaciones que creemos que van a generarnos dicho estado interno, privándonos así de nuestra libertad e independencia emocional.
Pero la felicidad no tiene ninguna causa; más bien es una consecuencia. Se trata de la paz que emerge desde nuestras profundidades cuando eliminamos todas las obstrucciones de nuestra mente, como el deseo, el odio, la ira, la ansiedad, la soberbia, la vanidad, el rencor, la envidia, la preocupación, el apego, la avaricia, el resentimiento, la culpa, la tristeza, la expectativa, el miedo, etc. Todos estos vicios y necedades son los que contaminan nuestra manera de pensar y, en consecuencia, de sentir, lo que en última instancia genera lo que experimentamos en nuestro interior.
La aceptación y el amor hacia los demás, por otra parte, implican una profunda comprensión de las leyes que rigen nuestra existencia. Más allá de nuestras creencias egocéntricas, que pretenden que la realidad se adapte de nuestros deseos y necesidades personales, existe un orden perfecto de todos los acontecimientos que suceden en nuestra experiencia vital. Tan sólo hemos de contemplar serenamente los procesos que forman parte de la naturaleza para darnos cuenta.

Extrapolando este proceso natural a la vida de cualquiera de nosotros, nos damos cuenta de que todo lo que nos sucede es justamente lo que necesitamos para aprender a vivir en armonía, alineándonos con las leyes que rigen nuestra existencia. De hecho, aquello que se va repitiendo una y otra vez en nuestra vida personal y profesional indica que todavía no hemos interiorizado el aprendizaje inherente a la experiencia. No en vano, la resistencia de nuestra mente frente a lo que sucede implica la aparición del sufrimiento, que cumple la función de hacernos conscientes de que nos hemos equivocado.
Así, ante cualquier situación que la vida nos ponga en nuestro camino, en vez de reaccionar impulsivamente ante ella –etiquetándola como “buena” o “mala”–, tan sólo hemos de recordar que es necesaria para nuestro proceso de aprendizaje. Esta interpretación, bastante más objetiva que la peligrosa subjetividad con la que solemos filtrar la realidad, nos permitirá vivir con mayor fluidez, sabiendo aprovechar todo lo que nos sucede para el desarrollo de nuestra conciencia. No en vano, cuanto más conscientes seamos de nosotros mismos, mayor será la posibilidad de tomar la actitud que más nos convenga en todo momento. Como afirmó el filósofo Séneca (3 a. C. – 65
d. C.): “La adversidad es ocasión de virtud”.



Esencia y ego
Por mucho que nos podamos sentir identificados con él, no somos nuestro ego. Más que nada porque no es real. Bajo su embrujo, interactuamos con el mundo como si lleváramos puestas unas gafas con cristales coloreados, que limitan y condicionan todo lo que vemos. Y no sólo eso: con el tiempo, esta percepción subjetiva de la realidad limita nuestra experiencia vital, creándonos un sinfín de engaños mentales que imposibilitan que vivamos en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás.

Por eso, en el momento en que ya podemos ser conscientes de nosotros mismos –que depende del grado de evolución de cada ser humano–, ya no es necesario que sigamos viviendo identificados con el ego. Entonces es cuando puede comenzar el proceso de desidentificación, que se hace efectivo a través del autoconocimiento y el desarrollo personal.
Eso sí, desidentificarse del ego no quiere decir librarse de él, sino integrarlo conscientemente en nuestro propio ser.
De lo que se trata es de conocer y comprender qué es lo que nos mueve a ser lo que somos para llegar a aceptarnos y, por ende, empezar a recorrer el camino hacia la integración. De ahí surge un amor y una conciencia que nos permiten vivir en armonía con nosotros mismos, con los demás y con la realidad de la que todos formamos parte.
La esencia y el ego son como la oscuridad y la luz que conviven en una misma habitación. El interruptor que enciende y apaga cada uno de estos dos estados es nuestra conciencia.
Cuanto más conscientes somos de nosotros mismos, más luz hay en nuestra vida. Y cuanta más luz, más paz interior y más capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que escapan de nuestro control.
Por el contrario, cuanto más inconscientes somos de nosotros mismos, más oscuridad hay en nuestra vida. Y cuanta más oscuridad, más sufrimiento y menos capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que en ese estado creemos poder adecuar a nuestros deseos egocéntricos y egoístas. Los únicos que podemos encender o apagar este interruptor somos nosotros mismos. Al principio nos costará creer que existe; más adelante tendremos dificultad para encontrarlo. Pero si persistimos en el trabajo con nuestra mente y nuestra conciencia, finalmente comprenderemos cómo conseguirlo.
Aprender a pensar
Por mucho apoyo externo que podamos recibir, en última instancia la transformación de nuestra estructura mental depende de nuestra capacidad de esfuerzo y disciplina. De lo que se trata es de que aprendamos a pensar conscientemente, de manera que lenta pero progresivamente nos deshagamos de la ignorancia que tanto sufrimiento nos ha provocado. Sólo así llega un día en que nuestras interpretaciones de lo que nos sucede están basadas en la sabiduría, esto es, en aquella información verificada por nuestra propia experiencia que llena nuestro interior de amor, paz y felicidad.
Cada vez que nos demos cuenta de que estábamos pensando de forma automática, tenemos la oportunidad de dirigir nuestro pensamiento a lo que estamos haciendo aquí y ahora, viviendo plenamente el momento. Poco a poco descubriremos que la conciencia de nosotros mismos tiene un impacto muy profundo, pues nos renueva y nos llena de energía para generar mayor valor añadido en cualquier acción que estemos desempeñando.
En otras situaciones, en las que no estemos haciendo nada, simplemente estando –como cuando contemplamos un paisaje, esperamos a alguien, hacemos cola en el supermercado, estamos atascados en medio del tráfico, etc– si vemos que nuestro pensamiento comienza a boicotearnos, dirigiéndose hacia el pasado o el futuro de forma negativa, podemos pensar en personas, cosas o situaciones agradables, que nos traigan paz, alegría y bienestar interior.
Lo importante es no olvidar que cualquier indicio de malestar o sufrimiento encuentra su origen en una falsa creencia que provoca un pensamiento nocivo. Por tanto, en caso de no poder mantener la mente centrada en el momento presente, hemos de hacernos inmediatamente con el control, redireccionando conscientemente nuestro pensamiento hacia todo lo maravilloso que somos, hacemos, tenemos o nos ha ocurrido a lo largo de nuestra vida.

No está de más recordarnos que todo lo que nos sucede es justamente lo que necesitamos para aprender a ser felices y aprender a aceptar y amar a los demás tal como son. Comprender que la vida es un continuo proceso de aprendizaje, donde todo lo que ocurre es necesario, contribuye a transformar definitivamente nuestra estructura mental.
Aceptación y libertad

El objetivo final del autoconocimiento y el desarrollo personal es lograr ser libre e independiente emocionalmente, es decir, que seamos tan dueños de nuestra mente que ninguna circunstancia externa nos haga reaccionar, desbaratando nuestra paz interior. Y lo cierto es que cada vez más seres humanos estamos comprometiéndonos con nuestro “trabajo interior” para abandonar el profundo sueño en el que nos encontrábamos y despertar así a la realidad de la vida: nuestra experiencia sólo depende de las interpretaciones que hacemos de lo que nos sucede.
Si alguien nos insulta, por ejemplo, solemos reaccionar negativa e impulsivamente, sintiéndonos agredidos, dolidos o generándonos miedo por no saber cómo controlar la situación. Pero ahora ya sabemos que esto sólo sucede cuando nuestra mente se identifica con el insulto, segregando veneno en nuestro interior. Además, este tipo de reacciones inconscientes se desencadenan tan deprisa, que creemos equivocadamente que la causa de nuestro malestar procede de afuera, asumiendo el papel de víctima.
Aunque la tónica general es culpar a los demás de lo que nos pasa, en realidad tan sólo podemos ser víctimas de nosotros mismos, de la programación que condiciona negativamente nuestra mente.
Así, la ignorancia de no saber cómo funciona nuestra compleja condición humana es nuestro mayor enemigo. Y es que frente a ese mismo insulto, también podemos adoptar otra actitud –en vez de reactiva, proactiva– que garantiza nuestra paz interior.
Por muy extraño que parezca, se trata de aceptar el insulto, lo que no quiere decir estar de acuerdo con lo que se ha dicho de nosotros. Aceptar implica reconocer al otro su derecho de hacer y decir lo que considere oportuno, tal y como nosotros también hacemos y decimos lo que queremos. Así, llegado el caso, al lanzar dicho insulto y no haber nadie que lo reciba, la negatividad expulsada se queda en el mismo lugar del que partió: en el interior de su emisor.
Lo cierto es que las personas que potencialmente más pueden hacer sufrir son precisamente las que peor están consigo mismas
Así, frente a cualquier situación que nos produzca tristeza, angustia o enfado, en vez de buscar culpables fuera de nosotros mismos, podemos asumir mayor protagonismo preguntándonos: “¿Qué es lo que no estoy aceptando?” La respuesta nos ayudará a comprender que “aquello que no somos capaces de aceptar es la única causa de nuestro sufrimiento”, señala Schmedling.
Lo curioso es que muchas personas prefieren tener razón y, por tanto, entrar en conflicto para conseguir este objetivo, que preservar su armonía y paz interiores. Pero esta actitud es fruto de vivir bajo la tiranía de la ignorancia y de la inconsciencia, que a su vez nos provoca miedo, desconfianza y necesidad de protección.
 En definitiva, sufrimos de forma innecesaria por querer que la realidad se adapte a nuestros deseos egoístas. Así, la causa del conflicto entre dos personas se encuentra en que cada una de ellas es víctima de su percepción subjetiva de la realidad, la cual, en el momento de choque, dan por objetiva. Por ello, es importante intentar comprender y aceptar al otro, en vez de querer egoístamente que nos comprendan y acepten a nosotros primero. Éste es uno de los objetivos del desarrollo personal, encaminado a potenciar nuestra inteligencia emocional, de manera que podamos construir relaciones mucho más conscientes y empáticas, y no tan egocéntricas.
Al ir más allá del ego se produce una expansión de la conciencia, lo que permite interactuar con la realidad externa de otra manera, mucho más sabia, objetiva y serena. Al darnos cuenta de que sólo nosotros podemos hacernos daño a través de las interpretaciones mentales que hacemos de lo que nos sucede, empezamos a tomar una nueva actitud frente a la vida. Poco a poco dejamos de reaccionar impulsiva y automáticamente, para adoptar la actitud que más nos favorezca en cada momento, es decir, que consiga preservar nuestra paz y felicidad interiores. Entonces, tener razón se convierte en un propósito tan absurdo como carente de sentido.
Borja Vilaseca

No hay comentarios:

Publicar un comentario