Entusiasmarse, según el autor de estas líneas, es dejarse ir, ejercer la libertad. Es la posibilidad más saludable y plena, la felicidad en la Tierra. En función de esta idea, se esboza una contraposición de actitudes posibles, en que el entusiasmado es quien gana la partida.
El entusiasmo es fuerza proyectada, libre, que corre como el agua de un río. La persona entusiasmada es ella misma un cauce. O el río es la vida y la persona entusiasmada un bote, una lancha o una balsa, que avanza llevada según el estilo de su querer. Con el entusiasmo se navega, se viaja, se avanza, se logran las metamorfosis que realizan la existencia.
El entusiasmo es un desarrollo, un despliegue, una secuencia, una línea de acción. El entusiasmo es un estar colocado en un cierto nivel de circulación de la energía o de las ondas invisibles del sentido, que nos transforma y empuja.
El entusiasmo puede representarse con la sensación de estar adentro de las cosas.
Es un estar adentro de todo ocasionado por el mero hecho de estar involucrado de manera especial con algo.
Es un algo que te da mucho, un mucho que se reproduce en los destinos en donde la atención propia puede ubicarse, como si las cosas que vemos estuvieran conectadas por el otro lado, por el lado de adentro, el que no se ve.
Entusiasmarse es dejarse ir, ejercer la libertad. Estar entusiasmado es la posición más saludable y plena, la felicidad en la Tierra. El entusiasmo es una acción en donde los movimientos se enhebran con gracia, en donde uno se siente arrastrado por una fuerza no intencional, pero a la que reconoce como particularmente propia.
Uno es en el entusiasmo, logra identidad a través suyo. El entusiasmo no es más que el ser surgente, el ser géiser que emana del verdadero sí mismo que buscamos en nosotros, del intenso, del animoso, ese intermitente y escurridizo.
El verdadero es el personaje principal de la novela personal que llevamos dentro. El verdadero aparece con el entusiasmo para desaparecer enseguida, borrado de la conciencia por las mil cosas más interesantes y concretas que el entusiasmo trae. El verdadero existe si uno logra olvidarse de sí y meramente ser, y se traba y molesta cuando lo perseguimos mucho.
Uno no puede entusiasmarse con cualquier cosa. Ese no puedo esperar, ese querer más, ese estar metido en algo no puede darse sino alrededor de determinados temas o experiencias. Cada uno tiene ámbitos en los cuales el entusiasmo es posible y ámbitos en los que jamás podría producirse; uno no elige de qué gustar.
La tarea es más bien captarse, ser capaz de detectar y meterse en esas zonas del mundo donde nos vemos llevados a participar. Nuestros distintos intereses son las puertas por las que podemos entrar en distintos mundos, semillas del entusiasmo que crecen hasta ser plantas enteras si abonamos y regamos su despliegue problemático.
Porque el entusiasmo tiene sus problemas, no por ser una sensación feliz deja de arrastrar su complejo lastre, que no es otro que el nuestro.
¿Por qué es difícil entusiasmarse? Porque hay que pasar en limpio al ser, volcarlo en el mundo. El escudo crítico se desvanece, debe ser suplantado por una operatoria de las ganas. Eso es lo que lo hace también tan criticable, al entusiasmo. ¿Te volviste loco? ¿Estás copado con esa idiotez? Digámoslo rápido para que no se escape: una sociedad funciona mejor cuando la gente se copa con idioteces y no cuando estamos todos asustados mirando el centro que se hunde. No debería haber llegado a tener un centro tan importante, no tendríamos que habernos desecho de nuestros poderes personales para entregarlo todo a los oficiantes.
El canchero es el enemigo del entusiasmo. El entusiasmo es candidez, disfrute de lo mínimo. Cualquier mirada torva puede describirlo como un énfasis superfluo.
El canchero está de vuelta, conoce hasta lo que no conoce, explica las cosas reduciendo rápidamente las rarezas del mundo a una serie de simplezas acostumbradas.
El canchero sobra, el entusiasta está en un estado de apertura que admite y se sirve de la vulnerabilidad que no necesita eludir. El entusiasmo no es un estado de extremo cuidado, de extremo rigor, es una participación que se deja vivir.
En vez de una moral del sacrificio, una moral del entusiasmo, que entienda que aun para el trabajo es necesario entrar por la vía del darse gusto y no del someterse o dejarse de lado. La moral del entusiasmo exigiría que uno se lleve siempre consigo, que no pueda fácilmente despojarse de las características y los gustos personales para volverse formal. Llevarse a todas partes, estar de entre casa, ponerse cómodo.
La otra contrafigura del entusiasmo es el depresivo, el desapasionado, el indiferente. ¿Existirá alguien al que no le interese nada? Sí, los hay, gomas desinfladas. La posibilidad del entusiasmo se origina en la existencia de una energía amorosa inicial con la que hemos o no hemos sido cargados. Sin embargo, muchos desinflados tienen que mantener su indiferencia haciendo fuerza. No están desprovistos de fuerza de base, tal vez no tienen la suficiente para aceptarse, y gastan la que poseen en contener el interés que podrían expresar. El interés lanzado al mundo hace que uno corra muchos peligros: que sea visible, tal vez mirado con sorna, o envidiado, o querido –otro riesgo–, o incluso puede pasar que uno llegue a proponerse cosas que no logre y quede en evidencia.
El fracaso es un más acá del entusiasmo, porque el entusiasmado obtiene su paga en el proceso y no sólo en el resultado. Eso es el entusiasmo, precisamente, una complacencia en los caminos que transita una determinada actividad. El fracaso es una figura del desinflado, con la que expresa el temor de entregarse a su entusiasmo contenido o posible. El verdadero fracaso es no superar el temor. ¿Fracasar es que otro/a te diga que no, que algo salga mal? No, fracasar es no haberlo intentado, no haberse animado a tratar.
El entusiasmo es un intento que ya salió bien. Un entusiasmo es una vida: nace, crece, se reproduce y muere. Malditos seamos todos los que alguna vez hemos creído que un entusiasmo no era verdadero por el hecho de haberse agotado. No es cierto que el entusiasmo sea constante y permanente, es más bien cambiante y oscilatorio. Es cierto que la inconstancia puede nacer en las normales incapacidades del sujeto de entregarse al correr de sus emociones, del susto o de los peligros, reales o inventados. Pero también es cierto que el entusiasmo bien vivido tiene sus límites y sus finales. El asunto está en saber distinguirlos, sintiéndolos y pensándolos.
El entusiasmo es un amor por las cosas, un afecto por ciertos ámbitos, personas, actividades. Un amor que realiza nuestras posibilidades, que nos acerca a seres cuya existencia, por pertenecer precisamente a ese campo de vida compartido, tiene sentido para nosotros. El entusiasmo es el camino subjetivo para acceder al sentido, el punto nieve del querer, la ebullición que nos cocina y realiza.
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